viernes, 26 de noviembre de 2010

Magia Arcana [Prólogo]

El murmullo del viento golpeando las copas de los árboles que lentamente se tambaleaban añadía tenebrosidad a la escena. Aquella visión del bosque, apenas iluminado por la luz del crepúsculo, permitía comprender perfectamente porque era el escenario de tan numerosas leyendas, la mayor parte de ellas protagonizadas por fantasmas y brujas.
Un trueno retumbó a lo lejos. Su sonido tapó el ruido que los pasos producían sobre la hojarasca que comenzaba a cubrir el suelo. Temiendo la lluvia, apretó el paso.
─ ¡Joel! ¡Joel, espera! ─ Oía la voz de su mejor amiga lejana, distante, pero no se detenía.
─ ¡Joel! ¡Para de una maldita vez! ─Otra voz, más grave, secundaba la de su amiga.
─ Ya casi estamos ─respondió el aludido, sin volver la cabeza.
Algunas gotas de agua comenzaron a caer, augurando la tormenta, el cielo se iluminó brevemente con un fogonazo de luz. Joel distinguió la casa a unos metros, dio el sprint final.
─ La próxima vez ─ comenzó Alaitz, jadeando, una vez llegó al pequeño porche que había ante la puerta de entrada ─ te va a acompañar Rita.
─ Me parece perfecto que seas atleta ─continuó Nacho─ pero nosotros no, ya que nos has pedido que te acompañemos, lo menos que podías hacer es esperarnos.
─ Encima estoy empapada, no vuelvo a seguir ninguna de tus ideas, avisado estás.
─ ¿Habéis acabado ya de quejaros? Seguidme.
Con un suspiro, Alaitz y Nacho atravesaron el pórtico. La sala estaba totalmente cubierta de polvo. Se hallaban en una estancia que parecía un vestíbulo de entrada, bastante sobrio. Tenía un pequeño mueble de madera con un candelabro de 7 brazos y un espejo enmarcado en bronce. Todo cubierto de polvo.
─ Esperad que encienda algo de luz ─dijo Joel, sacando un mechero y acercándolo a los 7 cabos del candelabro, prendiéndolos.
Había una puerta al fondo del vestíbulo que daba a una habitación mayor, que ocupaba prácticamente toda la planta baja. Parecía cumplir la función de cocina-comedor. Una amplia mesa ocupaba el centro de la estancia. Sobre ella, polvorienta, aún había ingredientes abandonados y podridos, con un cuchillo oxidado y un caldero volcado. Las paredes estaban decoradas con pequeños muebles semejantes a armarios. En el suelo, había volcados un par de taburetes. Había varios cirios repartidos por la sala que Joel se ocupó de encender con el candelabro.
─ Es como muy… escalofriante ─dijo Alaitz.
─ Ahí al fondo está lo que debería ser el dormitorio, no tiene mucho, una especie de mueble que podríamos denominar cama, una cómoda pequeña y un espejo, roto, por cierto.
─ ¿Hay ropa en la cómoda?
─ Probablemente había, pero sólo encontré algunos jirones que al tocarlos prácticamente se deshicieron en polvo.
─ ¿Y detrás de esa puerta qué hay? ─preguntó Nacho, señalando al fondo.
─ Ni idea, no la vi el otro día ─ encaminó sus pasos hacía allí ─ ¿me seguís?
Cada paso que daban hacía crujir la madera, pero la tormenta apenas dejaba oir el sonido. La puerta chirrió al abrirse, las bisagras estaba oxidadas y la madera de la puerta rozaba con el suelo. Una escalera se alzaba ante ellos. Tan cubierta de polvo que cada paso que daban levantaba una ligera humareda. La barandilla se tambaleaba y los escalones están agrietados, crujiendo cada vez que se apoyaba peso en ellos.
Al final de la escalera permanecía una carcomida puerta tras la que se escondía un pequeño desván.
Primero entró Joel iluminando la estancia con la danzante luz de las siete llamas. Detrás de él llegaron Alaitz y Nacho.
La sala era algo más tétrica que el resto de la casa, pero también tenía muchas más velas. Todas ellas grandes y con grabados dorados a su alrededor, como runas. El suelo de madera estaba enteramente cubierto por dibujos hechos con tiza, curvos y entrelazándose entre ellos, metidos todos en el interior de un círculo. En el centro del mismo se hallaba un pequeño atril con un viejo y grueso libro. En cada uno de los puntos cardinales había una pequeña ventana.
Joel , tras haber encendido todas y cada una de las velas de la habitación, se colocó frente al atril y abrió la primera página del libro.
─ Esto da muy mal rollo, vámonos, Joel ─dijo Nacho.
El aludido, ignorándole, pasó la contraportada. Un pequeño texto se hallaba escrito ahí. Empezó a salmodiar.
El viento soplaba con mucha fuerza afuera, golpeando la casa.
─ ¡Joel, vámonos! ─gritó Alaitz, que se agarraba con fuerza del brazo de nacho.
El aludido suigió ignorando a sus amigos y continuió su salmodia. Una retaila de palabras que ni Alaitz ni Nacho entendían, pero que apenas parecían representar un problema para Joel. Los dibujos de tiza del suelo parecían resplandecer levemente. Alaitz temblaba en una mezcla de frió y miedo mientras Nacho intentaba reconfortarla con un abrazo. Ambos intentaban, con sus gritos, que Joel dejase aquel libro, pero no lo lograban; y ninguno se atrevía a adentrarse en el brillante círculo.
El viento arrancó de cuajo parte de la pared norte y el entró con fuerza en la sala, apagando las velas y removiendo el pelo de los tres jóvenes. Joel aumentaba el volumen de su salmodia, como si llegase al final.
Joel dijo la última palabra. Un rayo entró por la zona rota de la sala y prendió fuego en el suelo. Joel parpadeó, como si despertase de un sueño, y se giró hacia sus amigos.
─ ¡Corred!
Ambos bajaron corriendo las escaleras y Joel se les unió en cuanto cruzó la habitación. Todos salieron corriendo de la casa y se internaron en el bosque, corriendo con pánico, sin importarles la tormenta y sin mirar atrás, dónde la pequeña casa era devorada por las llamas.