domingo, 25 de septiembre de 2011

Suspiras.

Y devuelves la mirada a la hoja de papel donde, distraídamente, escribes su nombre en todas las tipologías existentes.

Añades unos trazos con los que intentas dibujar su ojo. Pero es imposible, no hay manera humana de reflejar nada suyo.

Sientes que el aire abandona la sala y miras hacia la puerta, porque sabes que ahí está, que acaba de entrar.

Con su pelo, su mirada y sus labios. La curva de su mandíbula, sus pómulos. Esos andares tan característicos y esa manera tan original que tiene de ponerse la ropa.

Camina por la habitación cómo un Dios camina entre mortales, sin ser consciente del efecto que causa.

Notas el pulso en las sienes, el corazón, las muñecas y hasta las puntas de los dedos, cada célula de tu ser acelera su latido en su presencia.

El aire te abandona, la boca se te reseca, se te olvida hablar y ni tan si quiera eres capaz de moverte, el bolígrafo cae sobre los trazos de su nombre.

Se sienta sin ser consciente de lo que pasa a su alrededor, aunque cada movimiento suyo dificulta más tu respiración.

Se gira y conectáis la mirada, te dedica una fugaz sonrisa.

Y sabes que ha merecido la pena levantarte esta mañana.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Decidí

Hay días que te levantas pensativo, filosófico. Días en los que tu cuerpo no está activo pero tu mente trabaja el doble. Días en los que piensas, filosofas, cavilas, recapacitas… y decides.
Decidí ser feliz pese a todo, de las malas decisiones y de los malos momentos; que nada apagaría ningún buen recuerdo, ninguna sombra entorpecería una antigua risa ni ninguna lágrima borraría el menor atisbo de felicidad.
Decidí que si los ojos son el reflejo del alma los míos serían los más hermosos del mundo, que brillarían por encima de cualquier momento oscuro, de cualquier envidia o de cualquier soberbia, iluminarían la ignorancia y la deslealtad, reflejando sólo un alma pura.
Decidí que las únicas palabras que merece la pena escuchar, sean buenas o malas, son aquellas que provienen del corazón de los amigos y no de la envidia de los enemigos, que o bien atacan intentando hundirte o halagan tus oídos con falsas alabanzas.
Decidí que no hay sentimiento más importante que la amistad, que llene tanto o de tanta satisfacción; que los amigos estarán ahí para ayudarte cuando caigas y que eso vale más que nada.
Decidí que quien bien te quiere no te hará llorar, sino que secará tus lágrimas cuando haga falta y llorarás por su marcha, no por su causa.
Decidí que mis alas son demasiado grandes, brillantes y blancas para dejar que nadie las ate, las corte o las manche, que coarte mi libertad de cualquier modo, pues sólo yo soy dueño de mis actos.
Decidi ser feliz, libre, y amar.