martes, 20 de abril de 2010

El vampiro del que me enamoré

Nunca Barcelona me había parecido una ciudad tan sombría, tan oscura, tan terrible. Un oscuro ente con vida propia e inteligencia que disfruta jugando con las vidas de sus habitantes. El fantasma del pánico esta noche recorre todas sus calles pegado a nosotros. Noto en mis dedos el pulso de Ethan, a quien tengo agarrado de la muñeca. Pum-Pum. Pum-Pum. Pum-Pum. Un pulso frenético debido a la carrera y al miedo. La laberíntica y diabólica Barcelona nos cierra calles, nos cambia aceras, y mi padre cada vez está más cerca.

— ¡Sara! — Me grita Ethan— ¡Para!
— ¡No! ¡No dejaré que mi padre te coja!
— ¡Tu padre es el subinspector de policía! ¡Estamos huyendo de la ley!
— ¡No permitiré que te atrapen! —Grito, con lágrimas en los ojos.

Ethan me detiene.

— Sara… yo maté a esas personas, merezco un castigo por mis crímenes.
— ¡No! ¡Sé que eres bueno! ¡Sólo estas enfermo!
— Aún así, yo las maté. Los familiares de las víctimas quieren justicia ¿Vas a negársela?
— ¡Si! Aunque suene egoísta —le abrazo—, no puedo vivir sin ti.
— Yo también necesito tu aire para respirar, pero esto me supera.
— No…—susurro— eres bueno, lo sé, lo siento. Puedo verlo en tu mirada.


Un par de chicas pasan riendo y Ethan se aparta un poco de mi. La luz de una farola ilumina las perlinas gotas de sudor que recorren su rostro. Recuerdo la primera vez que le vi, fue cuando se mudó al piso vació que había al lado de mi duplex, coincidimos en el ascensor, y unas horas después nos chocamos en la calle de camino a casa. Dos días después se ofreció a ayudarme con el latín, que se me daba fatal. Aún recuerdo como iba vestido, unos pantalones piratas blancos acompañados con una camisa del mismo color, con los botones superiores desabrochados, que hacían juego con sus dientes, armonizaban con sus ojos verdes a la vez que contrastaban con el tostado mediterráneo de su piel y su pelo oscuro.

Mi decepción llegó cuando empezó a trabajar como profesor de Alemán en mi instituto mientras la profesora estuviese de baja, ahí se esfumaron todas mis ilusiones de amor con él, pero estaba equivocada. En verano pasé mucho tiempo con él debido a que mi amiga Celia estaba de vacaciones, el roce hizo el cariño y empezamos a salir, pero al cabo de un mes empecé a notarle raro. Algunas noches de las que dormíamos juntos porque papá trabajaba fuera, me despertaba de madrugada y no estaba. Algunos días llegaba tarde a las citas con alguna excusa tonta. Primero pensé que me estaba engañando, pero enseguida deseché esa idea, Ethan no era de esos. Aunque casi lo hubiese preferido, la verdad era aún más aterradora.

Ethan estaba enfermo, una enfermedad mental conocida como vampirismo. Los psiquiatras discrepan sobre si catalogarla dentro de la esquizofrenia, pero el nombre habla por si solo de los síntomas. Ethan me lo describió como si tuviese doble personalidad, la suya propia y la otra, como si le poseyese un vampiro, no puede evitar matar a las personas para beberse su sangre, aunque luego su personalidad “buena” se arrepienta de ello.

Mi padre era el subinspector de policía al que habían encargado el caso del “Vampiro de Gaudí”, como lo conocía la prensa debido a que todas las víctimas aparecían desangradas a las puertas de la Sagrada Familia. A pesar de que sus víctimas aparecían con parte de la yugular seccionada y no con las dos habituales heridas punzantes, entre algunas personas corrió el rumor de que realmente era un vampiro, ya que era imposible que dejase a las víctimas en el monumento más famoso de la ciudad sin ser visto.


Ahora nos hayamos en un portal que alguien ha dejado abierto, aprovechamos la pausa para recuperar el pulso y el aliento. Extenuada, me deslizo al suelo, donde me siento. Tras unos minutos Ethan se acerca a mi y me levanta del suelo, rodea mi cintura con su mano derecha y acaricia mi cara con el dorso de su mano izquierda, lentamente.

— Eres preciosa — me susurra.

Y me besa. El contacto de sus labios es el bálsamo ideal en este momento, la panacea universal. El calor de su abrazo sana mis heridas y me reconforta, curando fisuras de mi alma que ni siquiera sabía que tenía. En este momento no existe dolor, ni sufrimiento, ni el recuerdo de la sombra que nos acecha. Hay tanta suavidad en su beso, tanta dulzura en su tacto, que no puedo imaginarme mi vida sin sentirlo nunca más.

— Voy a entregarme —dice, al separarnos.
— ¿Qué?
— Voy a entregarme a la policía
— ¡No! —Suplico— Te matarán, esto no es Italia, aquí en 2013 se volvió a abrir la ley de la pena de muerte para casos de violación y asesinato en serie. ¡Te matarán!
— Lo sé.
— No lo hagas
— Sara, voy a hacerlo, no aguanto más. Lo único por lo que no lo he hecho antes —toma aliento— es por ti.

De repente se me ocurre una idea, es una locura, pero no puedo vivir sin él.

— Mátame
— ¿Qué?
— Mátame, mátame y bébete mi sangre, así… así no podrán separarnos, estaré contigo hasta el fin.
— No pienso hacer eso.
— Me detendrán por obstrucción a la justicia, me meterán en la cárcel. No quiero eso. No quiero vivir si tú no estas a mi lado.

Parece pensárselo un momento, después, me empuja contra la pared y me besa. Noto algo frío deslizarse por mi cuello, no duele. Sus labios se despegan de mi boca y se deslizan hacia abajo. Mi último contacto con este mundo son sus labios acariciando mi cuello.

[Escrito en Abril de 2009, para un concurso de relatos (No ganó)]